martes, 31 de agosto de 2010

Capítulo 4: La fábrica

Eran las dos de la mañana. El roce del viento acariciaba los árboles. El silencio invadía la selva. El río Cuberene fluía suavemente a través de aquel paisaje sin horizonte. La canoa, un tronco de árbol tallado, avanzaba lentamente, sin motor, dejándose guiar por la suave corriente de las aguas turbias. Ni una luz, ni un movimiento. Tan solo un discreto ronroneo rompía el silencio. Tras 5 horas de navegación, la embarcación se acercaba al campamento. El ronroneo se convertía en un distinguible sonido, el soplo de un motor de gasolina. En la zona, poblada por comunidades indígenas tan solo comunicadas por el riachuelo, nadie disponía de generadores de gasolina. La información proporcionada parecía fidedigna. El informante, cuya vida tendría desde entonces los años contados, se había acogido al plan de protección de testigos. Por la densidad del terreno, cubierto por completo de árboles, las imágenes por satélite no habían podido confirmar la ubicación exacta del campamento. Pero estaban cerca. Los siete hombres, vestidos de negro y armados con fusiles M16 equipados con lanzagranadas M203, enfilaron sus pasamontañas. Agachados y vigilantes, no quitaban el ojo a la salida de cada curva. Habían remado durante horas, evitando así cualquier ruido sospechoso. A unos doscientos metros, decidieron encallar en la orilla izquierda del río. El resto de la operación se haría por tierra. Cada paso podía resultar mortal. Cualquier crujido de rama desbarataría la misión. La luz de una bombilla penetró a través de las ramas. Ya solo faltaban decenas de metros. Los siete encapuchados se desplegaron en abanico, rodeando la fábrica. El motor no dejaba oír nada más. Una decena de personas estaban trabajando. Grandes cubos llenos de hojas de coca esperaban para ser procesados. Los empleados, campesinos de la zona, se movían de un lado a otro. Unos transportando sacos, otros masajeando la masa como si de una panadería se tratara.




A un dólar americano el coste de fabricación de cada kilogramo, el negocio de la cocaína seguía siendo el más rentable de todas las actividades ilegales del Cono suramericano. La mejor coca, de Bolivia. El mejor transporte, por avioneta. El mejor mercado, los Estados Unidos. Tras cruzar decenas de fronteras, emplear a miles de personas, sobornar a cientos de oficiales y aduaneros y rebajar los niveles de glucosa en los cerebros de cientos de miles de norteamericanos, cada gramo de cocaína se comercializaba por 60 dólares. Ni siquiera una prostituta esclavizada sin parar durante un año podía ser tan rentable. En cuanto al tráfico de órganos, también muy lucrativo, deja demasiados rastros y lo más importante, se basa en un bien finito y no adictivo. La cocaína, sin embargo, era inagotable. Plantar, cosechar, procesar, adulterar, distribuir, consumir, y plantar, cosechar, etc. Un producto tan renovable y adictivo como las relaciones amorosas. Los consumidores de coca, personas aburridas de su vida, sin más problemas que buscarse un baño no muy sucio ni maloliente para meterse una raya, no dejarían de consumirla así como así. Y es que el estatus social es tan difícil de conseguir como de abandonar de forma voluntaria.




A la señal, los sietes hombres empezaron a disparar ráfagas de balas en dirección a la fábrica. Al mismo tiempo caían granadas, haciendo volar por los aires trozos de cuerpo y tejido desgarrados. En cuestión de segundos, el campamento se había reducido a cenizas. Ningún superviviente. Al abrir una tienda de campaña, los atacantes encontraron fajos de cocaína procesada. Alrededor de cien kilogramos. Pero el objetivo no era decomisar el material. La misión tenía un doble propósito: lanzar un mensaje claro a todos los narcotraficantes deseosos de establecer laboratorios en suelo selvático así como demostrar al gobierno boliviano que la lucha estadounidense contra la droga había venido para quedarse. Ni los laboratorios itinerantes ni la pasividad de las fuerzas armadas bolivianas impedirían una escalada de tensión.




- Señor Ministro, tenemos un problema -. La llamada sonaba entrecortada.


- Ya le he dicho que solo me llame en caso de emergencia. ¡No ve que los del FMI me tienen trabajando 25 horas al día!


- Señor Ministro, se trata de un grave problema. Aún no estamos seguros pero al parecer un comando paramilitar está operando en la zona Norte, acaban de actuar en El Beni.


- ¿Qué quiere decir con que “está operando”? - respondió con tono casi tímido.


- Esta madrugada, un laboratorio de cocaína fue destruido y sus trabajadores masacrados cerca del río Cuberene, al Norte de San Ignacio de Moxos -.


- ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!. Dígale a mis otros consejeros que se comuniquen con los mandos del Ejército inmediatamente. Esto es una prioridad. Que nos pasen toda la información que puedan conseguir. ¡Quiero saber quién coño se atreve a entrar en Bolivia a imponer su ley! Esto huele a yanquis, esta mierda huele a yanquis. Y a colombianos. No me fío de esos pendejos, serían capaces de vender a su madre con tal de coger una norteamericana. ¡Mal nacidos!


- Señor Ministro, con todo el respeto, ¿cómo sabe que son extranjeros?


- Ávila, ¿usted conoce algún boliviano que tendría interés en destruir un laboratorio de cocaína? La población sabe que esto genera empleo, y la mayoría mastica hojas de coca todo el día. Sea lo que sea, quiero un informe en mi mesa esta misma tarde, con fotografías incluidas.


- Sí Señor.


- Otra cosa. No quiero ver ninguna noticia en los periódicos de mañana. ¿Entendido?


- Entendido Señor.



Un fino humo seguía saliendo del suelo aún cálido del campamento. El polvo blanco cubría los cadáveres, o lo que quedaba de ellos. La selva había vuelto a la calma. Los militares interrogaban a los habitantes de San Pablo de Cuberene, la comunidad más próxima al laboratorio. Nadie sabía nada, nadie había visto nada. Nadie quería hablar. En el mundo del narcotráfico, lo primero que se respeta es el silencio. Esta tierra evangelizada doscientos años antes por jesuitas en busca de fieles y mosquitos apenas había cambiado. Ni electricidad, ni agua corriente. Una tierra olvidada. Como muchas otras. El cultivo de la hoja de coca, así como el tráfico ilegal de madera, tan criticado por ecologistas occidentales, poco dados a entender más allá de un documental de Al Gore, eran los pocos sustentos de una población rural abandonada por el sistema. Tan solo le quedaba la religión, y eso que Dios aún no había tenido tiempo de aparecer en dos mil años. Al final del día, nadie podía asegurar con certeza la proveniencia ni el tipo de comando que había arrasado aquel lugar. Solo se sabía una cosa: eran buenos, no habían dejado huellas. Los helicópteros Cougar sobrevolaban la zona pero la densidad de la vegetación escondía cualquier posible rastro de los atacantes.




- Hemos cumplido con el objetivo. La cabra huyó al monte. Repito, la cabra huyó al monte. Corto y cambio -.




Toda la sala seguía atenta a las imágenes satelitales. Los localizadores lo confirmaban, el equipo ya se encontraba en la frontera con Colombia.




- Señor, el equipo nos confirma que ha alcanzado el objetivo.


- ¿Bajas?


- Ninguna Señor.


- Es una buena noticia. Que se refugien donde previsto hasta nueva orden.


- Sí Señor.




El hombre salió de la oficina en dirección al ascensor. Subió a la última planta dirigiéndose al final del pasillo. Atravesó la puerta acristalada y tras esperar a que le llamaran entró al despacho. Allí le esperaban sus superiores. Al informarles de lo sucedido, el General al mando de la operación se frotó las manos en señal de satisfacción.




- Estos bolivianos no saben con quién se meten. Si van a jodernos dándoles contratos a Venezuela, nosotros les vamos a asfixiar. A ver cómo financiarán la lucha contra la droga cuando los narcos empiecen a dispararse los unos a los otros.


- Señor, ¿qué hacemos con el equipo?


- Dígales que pasen a la segunda fase. Quiero ver al capo Guzmán neutralizado. Pero que parezca un ajuste de cuentas.


- Entendido Señor.




La oscuridad volvió a cubrir la superficie del río Cuberene. El silencio era absoluto. Ningún motor interrumpiría la tranquilidad de la noche. Un silencio traicionero. La batalla acababa de empezar.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Noticia relacionada muy interesante. Da totalmente en el clavo: http://eju.tv/2010/07/drogas-evo-acusa-a-eeuu-de-sabotaje-pero-admite-que-el-estado-es-rebasado-por-el-poder-narco/

Sos-SeLVa dijo...

que alegria ver el cuarto capítulo! ademas que el tema esta excelente, mucho de realista -me atrevería a decir-... me encanta como narrás!

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